En una noche, tal cual la de ahora,
Se encontraba un ruiseñor bajo unos dulces brazos,
¡Oh que dulce destino! Decía nuestro plumífero amigo,
Soñaba entre la tersa seda de esas finas ramas.
Bebiendo de un rio rosado, dulce como de labios,
Bebiendo se encontraba nuestro emplumado, que hermosa
escena, que dulce destino,
¡Oh que elixir tan deleitable! Pensaba mientras bebía otro
tanto,
con su pico inocente
tomaba de ese rio, vida, vida y nada más.
Y de los ojos galácticos que poseía su ave amada, con labios
de agua rosada,
De ellos la vida completa robaba, con canticos al oído, con
los ojos de su amada.
En una noche, tal cual la de ahora,
Se encontraba un ruiseñor viendo a su golondrina,
Y como esta lo miraba, mientras adiós le decía, mientras con
amor lo dejaba,
¡Oh que dulce dolor, Oh hasta hermoso es perderla! Cantaba en
las noches el ruiseñor,
Y lo encontrabas cubierto por la noche hasta un punto cruel,
Un punto gris y con sensación a hiel,
¡Oh dulce braza del infierno que recorre mi cuerpo! Decía mientras
su canto afligido elevaba,
En una noche, tal cual la de ahora,
Un ruiseñor miles de estrellas fumaba, noche tras noche,
desde hace ya tanto,
Cantándole a una puta blanca que desde el cielo le miraba, y
el le cantaba,
¡Oh dulcinea del solitario, ¿Cuánto he amado?! Respuesta sorda,
Respuesta de rayo luminario, respuesta de frio nocturno y
sudario.
Tomaba ríos de otros colores, rojos y rosados, a veces, a
veces de dos en una sabana de cántaro,
Tomaba el plumaje y se lo quitaba a otras aves, pluma por
pluma desnudándolas,
Y con ríos de alcohol luminoso y fermentado les bebía del
rio y todo el caudal,
¡Oh que dulce destino, antes amar y ahora solo bañarme en
despojos de ríos!
Y el ave no dejaba de cantar, de fumarse y beberse el mundo,
de tragarse a gritos el dolor pútrido.
En una noche, tal cual la de ahora,
Un ruiseñor se sentaba solo en su alcoba, y tomaba una de
sus plumas,
Tomando las lágrimas negras de su alma y embardunando la
punta con ella, empapando de su negrura esteparia, bañando de su melancolía de
tinta,
¡oh que delirios eh vivido, ¿Cuánto mas he de amar?! Decía empuñando
su arma mortal y clavándola en el alma y cuerpo de un muerto árbol, clavándola sin
piedad,
Dibujando con su alma marchita versos de gritos y cantos,
gritos que desgarran el tímpano, cantos que liberan los torrentes en parpados.
Un ruiseñor cantaba en tristes intervalos,
Con arma y sangre su alma desbordase, con espada bañada en
sentimiento color de nada,
¡oh dulce alma mía, que tanto has de amar, viértete en estas
hojas, hazlo y déjame ya!
Decía el plumífero y triste cantor, decía deseando algún día
en un verso su alma terminase.
En una noche, tal cual esta,
Un ruiseñor mataba su alma a versos y comillas, entre prosas
y palabras enredosas,
¡oh dulce alma negra e infinita, ¿Qué tanto has de amar?! El
ave le mandaba a preguntar con la noche al día, con la puta de luna al tiritar estelar
de su escote cósmico.
Y mientras se fumaba el humo de su cáncer vacio, y bebía el
elixir mortuorio de un whiskey de arcángel,
El ave se miro al espejo, bebiendo y fumando, lagrimas
derramando,
Y ya no era un ruiseñor cantante. El que miraba un gris
rostro en el espejo era un hombre,
El pobre hombre que termina su alma en estas tristes líneas,
En estos vanos versos.
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