Me apetece
nombrarte como mi despertar,
Como el sol
que me sale del pecho,
Como horizonte
crepuscular,
Como un ave
madrugador al despertar.
Y me apetece
tu mirada para con ella despertar,
Para beber
del color de tu mirar,
Para hoy
encontrarme despierto,
Y no tener que
buscar entre las horas algún pretexto.
Y ahora me
parece que te llamare soledad,
Pues ciento
que tu sonrisa esta perdida,
Extraviada entre
esta inmensa ciudad,
Y no se por
que si me tienes aquí, en complicidad.
Pero no
tengo palabras,
No tengo una
sola respuesta a tus preguntas,
Solo se que
despierto y eres la sonrisa y las frutas,
Y que me
envuelves en el deseo de levantarme,
De despegar
el vuelo como un cuervo que a gorrión se convierte.
Y te
encuentro ahí, con tu nuevo nombre desolador,
Y me siento
a tu lado, me impregno en tu aroma,
Me visto con
tu risa y no encuentro la hora,
No encuentro
el momento para pedirte tus besos,
Para meterme
en tus sueños y arar las tierras que han dejado infértiles,
Y decirte
que me mueves, desde el alma hasta mis bellos,
Y tomarte de
la cintura y darte vueltas entre las estrellas.
No encuentro
el momento,
Aunque me
apetece decirme tu ciervo,
Y se me
antoja mostrarme imperfecto,
A ver si así
me regalas un poco de eso,
Que te hace
tan exquisita y radical,
Como un
drama y un rosal,
Así,
sencillamente compleja,
Tan imperfectamente
selecta.
Y se me
antoja una última cosa,
Nombrarnos extraños,
Para así algún
día,
Danzar en
tus labios,
mecerme en tus cabellos,
y mis dedos
poco a poco,
Suban desde
tu mano hasta tus miedos;
Simplemente
para darte lo que no comprendes,
todo eso que
alguna vez, creíste conocer por entero.
Pero recuerda
algo mi deliciosa mujer de soneto,
Aun no somos
viejos, y mucho menos hemos muerto,
Solo somos
un segmento en el crecer del pasto,
Y en la vida
que hay entre nuestros pasos.
Tenemos todo
en un suspiro,
O por lo
menos,
Se me antoja
que sea cierto.
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