«El auténtico escritor no se dedica a modular cosas bonitas para los lectores, sino únicamente debe aclararse a sí mismo e interpretar mediante la magia de la palabra su propio ser y sus vivencias, resulte bonito o feo, bueno o malo».


Hermann Hesse

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Y heme aquí...



Y heme aquí, como siempre, lúgubres estrellas lejanas, brillantes, escrutando, criticando, observando, centelleando. Ustedes mil ojos, clavados en el cielo, en la nada, ustedes que me privan de mirada, que me llaman a su antojo, ustedes crueles compañeras de mis demonios; ustedes cantan tiritando, con su luz tardía, su amor de plomo; pero, aun así, heme aquí, con la cabeza anclada al firmamento, la mirada vacilante entre la negrura, aquí donde las palabras tienen bruma, y yo solsticio de cordura. Ustedes, ahí, suspendidas sobre nosotros, como mil cuchillas esperando caer, caer rebanando el negro infinito, llagas platinadas, azuladas, rasgan; ¡oh cuchilladas en la pesadez del hombre!, pasan prometiendo quimeras, pasan creyéndose dioses, dando deseos a por mayores, dando sosiego a los temedores. ¿Acaso no son el instrumento de la esperanza? Pasan degollando las flaquezas, dando deseos, calmando penas, dándole vida a los sueños.


Y heme aquí, como siempre, ¡oh viento de seda! mírame aquí, suave, solitario, intranquilo, cabizbajo, recitando penares a tu paso, impregnándote de humo, de dolores, de sonetos con sabor a ilusiones. Y pasas rápido, rosando mis labios, labrándolos, robándoles el aire, los besos, el poema y los intentos. Susurro mil palabras para ti, o viajero incansable, recorres el mundo, rozando cabellos, amantes, solitarios, arboles, todo, nada, y más aún. A ti, cruel ladrón de perfumes, ¿Qué te da la vida si no girones? Tú, simple mensajero de las pasiones nunca descifradas, el que rosa los cuerpos, el que murmura al oído de quien es poco precavido, tú indiscreto sacerdote, recoge mis versos, llévatelos contigo, ¡vuela viento viajero! Vuela llevándote estas palabras, cántalas, transfórmalas, púlelas, santifícalas o deshónralas, has lo que quieras, pero llévalas a esos oídos marchitos, al tímpano acongojado, al escucha sediento de pasión; llévalas contigo, quítamelas todas. Heme aquí viejo de barbas impalpables, cabellera de olores, roses, silbante; heme aquí susurrándote mis pensamientos cual follaje, heme aquí hablándote como loco de remate, solo, sin un oído amigo, un escucha amante, un recinto para mi sonido. ¡Oh viajero, vuela lejos! Recorre el mundo plagado de bohemios, mujeres heridas, hombres y escarmiento, ve con ellos, abrázalos, bésalos, hazles el amor con mis susurros que te ofrezco, después de todo, mi alma los transpira con el humo que te llevas; con el humo que me inhalas, llévatelos, son solo sentimientos, carmesí recuerdo de un “eterno”. Heme aquí, oh amigo viajero, heme aquí con mis pies cansados y mis labios lastimados, con el pecho de aceite quemado, con el humo que entra laxando la vida de mis huesos, heme aquí, rogando que te lleves ese tabaco con aroma a mi alma adolorida, con escénica de poesía, después de todo, son sólo versos, y de ellos, tengo cientos.

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